Mitos educativos y culturales
Mito
1: El Mito del Mestizaje Cultural
A la
pregunta “¿Quiénes somos?”, muchos probablemente habrán respondido “soy
mestizo”. Esta respuesta es por lo general ambigua y responde a dos tendencias
opuestas. Cuando la respuesta cae dentro de la categoría de identidad
biológica, desde el punto de vista de la discriminación, es una respuesta
positiva. Es una respuesta positiva porque el opuesto del mestizaje en este
caso es la posesión de una raza supuestamente “pura”. La suposición de que existen
razas puras no es fruto de estudios científicos sino de la ideología del
racismo. Y nótese, no estamos diciendo que “el racismo es el producto de las
razas”, sino que “las razas son el producto del racismo (la discriminación
racial)”.
Las
razas biológicas dentro de la categoría del ser humano no existen, porque
biológicamente la única raza humana que existe es la del ser humano, como homo
sapiens. La idea de que existen razas es un invento que nació de actitudes
racistas, que pretendieron esconder su ideología discriminatoria bajo la
alfombra de pseudo hechos científicos.
En
concreto, el mestizaje cultural es un mito relacionado a políticas asimilacionistas
y discriminatorias por dos razones fundamentales. Por un lado, intenta esconder
la gran riqueza y diversidad cultural que posee el Perú. Por el otro, ignora y
esconde las desigualdades sociales, económicas y culturales que son producto de
la discriminación cultural. En ambos casos, al igual que en el caso de las
políticas de trato igualitario, se procura eliminar la diversidad cultural y
asimilar las culturas diferentes a la predominante. De tal modo, el mito del mestizaje
cultural es un síntoma de las políticas asimilacionistas que a la vez refuerza
la discriminación cultural que generan tales políticas.
Mito
2. El Perú como Estado Monocultural
Así
como el mito del “mestizaje cultural” ha cumplido la función de brindar una
identidad ficticia colectiva para justificar políticas asimilacionistas, el
proyecto de país que ha acompañado a este mito es otro: el mito de que Perú es
(debería ser) un Estado monocultural. Como señala Patricia Salas, “la nación
que se buscó construir durante estos dos siglos ha sido una sociedad homogénea:
una cultura, una lengua y una religión”.
El
proyecto del Estado-Nación moderno, se convierte en un Estado represor que
busca la asimilación de identidades culturales diferentes. La discriminación se
convierte en política de Estado, pese a que formalmente las leyes defiendan una
igualdad ante la ley vacía. Sin embargo, como ya hemos visto, tales políticas
asimilacionistas, por ser discriminatorias, constituyen una grave vulneración a
los derechos.
Por
otra parte, este fantasma de proyecto de país nos enceguece con la idea de que
el desarrollo del país solo es posible asimilando a sus diferentes culturas a
la cultura predominante. En el Perú, el modelo de desarrollo sigue obedeciendo
ciegamente la lógica de este proyecto de país que presenta a la diversidad
cultural como problema a resolver (mediante la asimilación) en vez de riqueza a
aprovechar. En un taller reciente en Apurímac, no nos sorprendió constatar que
la mayoría de participantes identificasen a la diversidad cultural (entre incas
y chankas) como uno de los principales obstáculos para el desarrollo del departamento.
Cuando los peruanos intentamos entender los altos niveles de pobreza del país,
la diversidad cultural y geográfica (arbitrariamente divididas entre costa,
sierra y selva), con toda certeza, serán utilizadas como chivos expiatorios 9
de cada 10 veces.
Sin
embargo, existen ejemplos de desarrollo económico en el Perú que apuntan en la
dirección opuesta, y perciben a la diversidad cultural como riqueza. El caso
del “boom” de la gastronomía peruana a nivel mundial de los últimos años
ilustra de qué manera la diversidad cultural (aquí entendida como una variedad
de tradiciones culinarias milenarias) es un factor de riqueza: los diversos
sabores ancestrales del Perú (por separado y en fusiones originales) han
cautivado paladares en el mundo entero. El caso del turismo también ilustra
cómo la diversidad cultural es una riqueza: políticas públicas valoran altamente
la diversidad cultural en la historia peruana para vender atractivos únicos a
los turistas.
Mito 3. El Mito de La Escuela
Así
como el mito del mestizaje cultural colabora con el mito del Estado-Nación
monocultural para fomentar políticas asimilacionistas, estos dos mitos han
generado una concepción particular de la escuela, que aquí denominaremos el
“mito de la escuela”. Siguiendo las políticas asimilacionistas del proyecto de
país que busca eliminar las identidades culturales diferentes, la escuela fue una
herramienta fundamental para fomentar una única lengua, cultura y religión. “La
construcción e implementación de un modelo educativo único ‘nacional’ llevó
consigo el inicio de un proceso de deculturalización compulsiva de todos
aquellos pueblos y grupos socioculturales diferentes del hegemónico”.
Emerge
así el mito según el cual a través de la escuela miembros de culturas
diferentes pueden “superarse” y progresar, convertirse en verdaderos
ciudadanos. Sin embargo, “superarse” se entiende como abandonar las raíces
culturales propias y aceptar, en su lugar, una identidad cultural “criolla” o
“mestiza”. En tal sentido, la superación que promete el mito de la escuela
esconde una fortísima discriminación cultural. Como afirma Portocarrero, según
el mito de la escuela, “para ser ciudadanos los indígenas deberían acriollarse.
Dejar atrás usos y costumbres, sinónimos de pobreza y atraso, aprender español,
mimetizarse con la cultura criolla”.
La
escuela en efecto es un motor de progreso, de “superación”, pero solo cuando
“superación” se entiende como ampliación de las libertades, capacidades y
opciones de las personas; cuando la escuela (y la universidad) respeta las
identidades culturales de sus alumnos en vez de intentar suprimirlas; y cuando
forma ciudadanos plenos, que disfrutan y promueven los derechos humanos en vez
de ciudadanos truncos, a quienes les enseña a esconder sus identidades
culturales.
Mito 4. El Profesor Sabelotodo y el Alumno “No Sabe Nada”
El
mito de la escuela fomenta una imagen clara sobre la función del docente y del
alumno. El docente tiene la función de comunicar a los alumnos los contenidos
que ellos y ellas deben aprender de memoria, puesto que el/la docente es quien
sabe y el alumno quien no. Esta visión premia la disciplina y obediencia en los
alumnos, porque estas cualidades son las que le permiten captar pasivamente los
contenidos que comunica el docente. La capacidad de pensamiento independiente,
de crítica y de diálogo, no solo que no se premian (porque entorpecen el
proceso de transferencia de conocimientos del profesor al alumno), sino que se
castigan.
Siguiendo
este mito, las escuelas peruanas (y las de muchos otros países) reprimieron la
capacidad de diálogo y de pensamiento independiente de sus educandos,
fomentando capacidades castrenses de obediencia y disciplina. No es casual que
en el Perú de 2008, se fuerce a niños y niñas en las escuelas a marchar para
las fiestas patrias, a cantar semanalmente el himno nacional, a actuar como
“policías escolares” o a “hacer ranas” como forma de castigo. Estas prácticas
se nutren de la idea que la escuela debe fomentar en el campo de las actitudes
el orden y la disciplina, y en el campo intelectual la memorización mecánica de
contenidos. La idea de la escuela se convierte en la de una institución
autoritaria y la de la relación docente-alumno en una relación vertical. Desde
el punto de vista del mito del profesor “sabelotodo” y el alumno “no sabe
nada”, el diálogo, el interaprendizaje, la crítica y el pensamiento
independiente son todos obstáculos para la educación.
La
educación intercultural, en cambio, fomenta las relaciones de interaprendizaje
y de diálogo entre docentes y alumnos. En vez de fomentar la obediencia pasiva,
la educación intercultural promueve que desde niños aprendamos a dialogar con
los otros, a compartir lo nuestro con ellos y a aprender de ellos. En vez de
memorizar contenidos que poco tienen que ver con nuestra realidad, la educación
intercultural demanda que los contenidos sean relevantes al contexto
socio-cultural de los estudiantes y que ellos mismos también sean partícipes de
lo que desean aprender. En vez de fomentar que el docente imponga un modelo
cultural preestablecido, la escuela debería ser un lugar de encuentro y diálogo
entre identidades culturales diferentes.
Por
lo tanto, la educación intercultural debe rechazar tanto el mito de la escuela
como el del profesor sabelotodo. Debe reemplazar estas visiones con las de una
educación democrática, horizontal, dialogante, crítica, respetuosa de las
diferencias culturales y abiertas al interaprendizaje. Solamente así se podrán
respetar los derechos humanos de los educandos.
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